La vida de hostel en hostel por el Sudeste Asiático

Descubre las reglas del perfecto mochilero a través de los desternillantes secretos y anécdotas reales de la vida de uno de ellos de hostel en hostel.
Por Violeta Yuste Andía
Os presento a Max, un chaval sueco (aunque podría ser inglés, checo o andorrano, pero para la credibilidad de este artículo Max es de Malmö). Nuestro protagonista tiene 20 años, ganas de comerse el mundo, padres permisivos y poca mosca en el banco como para dormir en Hoteles 5*, por lo que optará por la vida del hostel.

Sueña con una ruta por el Sudeste Asiático, es barato, exótico, seguro y lo suficientemente lejos de casa como para desconectar de su vida. Su ruta pasa por Malasia e irá subiendo por Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam y si le queda dinero y tiempo (porque a esa edad energía le queda seguro), dará un salto a Indonesia.
Max llega a Kuala Lumpur un Jueves de Septiembre, caótica, azul, llena de contrastes y decide emprender ruta hacia Chinatown donde se encuentran los hostels de la zona centro. El primero al que entra es cutrillo pero en internet ha visto muchas fotos de viajeros felices brindando en la terraza (rooftop a partir de ahora). El chico de recepción le enseña una de las habitaciones en las que queda una cama libre. Regla n.º 1 del mochilero de hostel, recuerda Max: Primero mira, luego paga.
Está cansado y tiene Jet Lag, así que se queda la cama. Nuestro sueco duerme, duerme y duerme y al despertarse por fin, nota un ligero picorsito por todo el cuerpo. Amigo Max, olvidaste la Regla nº2 del mochilero: Levanta SIEMPRE el colchón y busca pequeñas manchas rojas en él. ¡Sí, colega… las chinches existen! Y son un compañero de viaje que no querrás tener cerca. Por suerte las chinches no llegaron a su ropa ni mochila, por lo que ungüento, bálsamo de tigre y a seguir.

Tras 3 semanas de viaje se empieza a hacer a esa vida. Ha ido haciendo un sinfín de amigos y aprendiendo de ellos algunos trucos del perfecto backpacker. Pronto comprende que, si le dan a elegir entre dos camas siempre escogerá la que esté más lejos de la puerta.
Nuestro chico de 20 años es rubio, alto y aventurero, ¿Hay algo más magnético? En una de esas noches de terraza y barra libre de cervezas, Max descubre que, si lo busca, es bastante fácil congeniar con algún congénere mochilero… If you know what i mean. El chaval triunfa bastante, pero si además supiese tocar la guitarra, ¡Agarra y vámonos! ¿La lluvia moja? Pues no es lo único que… En fin, Max se lo estaba pasando muy bien.
Llega a Tailandia por fin, uno de los sitios más vibrantes del mundo. En uno de esos días especialmente húmedos, antes de salir con unos colegas a ver la puesta de sol en una montaña vecina decide darse una ducha. Las duchas estaban limpísimas, pero no quita que sean comunitarias y se comuniquen por la parte inferior mediante un larguísimo plato de ducha y mamparas de separación.

Max ese día debía estar cansado y olvidó la Regla n.º 3 del mochilero: Vayas donde vayas, ponte chanclas. En el momento en el que se dio cuenta, notó algo en su pie… ¿Cucaracha? No, es viscoso… ¿Gel? Por desgracia no lo era… Y es que no todo el mundo parece tener la misma suerte que él en el aspecto amoroso y alguien en la ducha de al lado decidió realizar un clásico 5 contra el calvo. Max no volvió a olvidarse nunca más de las chanclas.
A lo largo de Laos y Camboya descubrió muchas más de esas reglas, como la n.º 4: Lleva tapones (aún recuerda con horror los ronquidos de Phil). La n.º 5: Party Hostel para fiestear, bien, pero si quieres descansar huye de ellos como de la peste. La n.º 6: Cada par de semanas permítete una habitación solo para ti. Aunque la n.º 7: Que predica que un “Puedo sentarme con vosotros” es la frase que abre más puertas que un destornillador era su favorita.
Max decide pasar la última noche de viaje en un 4* decente de Ho Chi Min. Ha vivido, visto, conocido, comido, hablado y amado, pero por desgracia no tiene más tiempo ni dinero.
Nada más acceder a la recepción se va sintiendo fuera de lugar, busca la cocina, la sala de estar, los folletos con actividades, pero ahora está en un sitio mejor en el que no hace falta que cocine o que encuentre un refugio fuera de su habitación. Sube a su planta, abre su habitación de una cama, deja la mochila encima y se sienta a su lado. Max sabe que eso no es lo que quiere, pero decide quedarse esa noche ahí, echar de menos su vida de hostel, volver a casa y nada más llegar a ella volver a tener ganas de picaduras de chinches, ronquidos y extraños fluidos nadadores. Porque, al fin y al cabo, el que es mochilero, siempre lo seguirá siendo.

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